Por años, los templos más grandes del mundo prometieron salvación, comunidad y propósito. Pero detrás de luces, pantallas LED y discursos sobre moral, crece un patrón inquietante: el abuso sexual sistemático, el encubrimiento institucional y el uso del poder espiritual como arma.
“No fue solo un pastor; fue mi guía, mi autoridad, la voz de Dios para mí. Y lo usó para destruirme”, declaró una víctima de la iglesia Hillsong en una entrevista para The New York Times (2022).
Un fenómeno global
Desde Estados Unidos hasta México, Brasil o Chile, los escándalos sexuales dentro de iglesias evangélicas y católicas se han multiplicado en la última década. El problema no es nuevo, pero hoy los números y las denuncias públicas revelan una estructura de impunidad.
Un informe del Houston Chronicle (2019) identificó más de 700 víctimas de abuso sexual por parte de pastores y líderes bautistas en EE.UU., solo entre 1998 y 2019. En muchos casos, los agresores fueron reubicados en otras congregaciones.
En América Latina, el caso de Naasón Joaquín García, líder de La Luz del Mundo, estremeció a México. En 2022 fue condenado a 16 años de prisión por abuso sexual infantil. Durante el juicio, las víctimas describieron una red de manipulación y coerción espiritual.
“Nos decían que era un honor ser elegidas por el Apóstol de Dios”, testificó una de ellas ante la corte de California.
Pese a las condenas, su iglesia aún conserva millones de fieles y apoyo político en México y América Latina.
El legado del silencio
El caso más emblemático dentro del catolicismo latinoamericano es el de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. Durante décadas, Maciel fue protegido por el Vaticano pese a múltiples denuncias. En 2006, el Papa Benedicto XVI lo sancionó por “graves y objetivamente inmorales comportamientos”. Se descubrió que abusó de seminaristas, tuvo varios hijos y desvió fondos de la congregación.
Según el propio informe interno de los Legionarios (2020), 175 menores fueron víctimas de abuso sexual cometido por 33 sacerdotes, muchos de ellos formados directamente por Maciel.
Los nuevos templos del poder
En los últimos años, el auge de las megaiglesias evangélicas ha extendido el problema a nuevos territorios. Pastores convertidos en celebridades, con millones de seguidores en redes sociales y vínculos con la política, operan con escasa supervisión.
Uno de los casos más recientes involucra a Tim Ballard, exasesor de Donald Trump y fundador de Operation Underground Railroad, una organización que decía rescatar niños del tráfico sexual. En 2023, Ballard fue acusado por siete mujeres de abuso sexual y manipulación bajo “pretexto espiritual”. Según Vice News, Ballard usaba rituales de “camuflaje sexual” para justificar el contacto físico con sus víctimas.
“Nos decía que era parte de la misión divina; que Dios lo había elegido para protegernos, incluso con su cuerpo”, relató una de las denunciantes.
Fe, poder y control
El patrón se repite: carisma, poder absoluto, ausencia de rendición de cuentas. El abuso no se sostiene solo por el agresor, sino por la estructura que lo protege.
Sociólogos como Massimo Introvigne (Centro de Estudios sobre Nuevas Religiones) señalan que “el liderazgo carismático crea una relación asimétrica donde la disidencia se interpreta como pecado”. En otras palabras, cuestionar al pastor equivale a desafiar a Dios.
La herida que no sana
El daño de estos crímenes va más allá del trauma físico o psicológico. En comunidades religiosas, el abuso espiritual erosiona la identidad y la fe. La escritora y sobreviviente mexicana Soledad Loaeza lo expresó así:
“El abuso dentro de la iglesia no solo viola cuerpos, sino conciencias. Es un crimen que se comete en nombre de la fe.”
Hacia la rendición de cuentas
Aunque crecen las denuncias y movimientos de víctimas —como #ChurchToo o Verdad y Justicia para las Víctimas de La Luz del Mundo—, los procesos judiciales aún son lentos y los castigos, raros.
En muchos países de Latinoamérica, las iglesias gozan de privilegios fiscales, autonomía jurídica y apoyo político, factores que dificultan la investigación. El resultado: una impunidad disfrazada de santidad.
“El problema no es la fe, sino las estructuras de poder que se amparan en ella”, concluye el sociólogo argentino Héctor Salazar.
Los templos que deberían ser refugios se han convertido, en demasiados casos, en lugares de sometimiento. Pero los testimonios, cada vez más visibles, están cambiando el relato. Las víctimas ya no callan. Y aunque la fe se quiebre, la verdad empieza a tener voz.